"Todo el mundo quiere ser encontrado". Así reza el cartel de la segunda película dirigida por Sofía Coppola.
Y Tokyo es el lugar elegido para el encuentro. Sus protagonistas: Bob y Charlotte. El primero, un afamado actor sobre el que se cierne la temible crisis de los 50, se traslada a la ciudad para rodar un anuncio de whisky japonés. La segunda, una joven que viaja haciendo compañía a su marido. Dos realidades que van a parar al bar de un mismo hotel y que se funden en la historia de una apasionante semana en la tierra del Sol Naciente.

Una habitación puede ser un lugar inmenso en determinadas circunstancias y éste es uno de los hechos que unen a ambos personajes. Encontrarse en una ciudad desconocida, sólos entre las miles de personas que la habitan y haciéndose la misma pregunta: ¿Qué hago con mi vida?. A lo largo de la película la suya es una relación que difícilmente se puede etiquetar. Puede ser amistad, puede ser deseo, puede ser amor. O quizás ninguna de las tres cosas, quizás sólo la búsqueda de algo que mueva sus vidas, la respuesta a sus preguntas o una tabla de salvación ante una ciudad desconocida. Sofía apuesta claramente por la ambiguedad, y es que la sutileza es su firma en esta película. La mirada contra el beso, la caricia en el pie contra el sexo. Y sus conversaciones entrecortadas en las que hablan de su futuro, del matrimonio y las relaciones, de tener hijos. Porque a pesar de que les separan una veintena de años las preguntas siempre son las mismas, cíclicas. La joven acaba de terminar los estudios y no sabe a qué dedicarse, al cincuentón le gustaría seguir dedicándose al cine de verdad pero termina firmando contratos para anuncios publicitarios. En una de sus charlas nocturnas ella le pregunta:
"Estoy perdida. ¿Eso tiene arreglo?".
¿Lo tiene?
El hecho de transcurrir en la ciudad de Tokyo da lugar a multitud de situaciones cómicas acerca de las diferencias culturales, lingüísticas, etc., que recaen mayoritariamente sobre el irónico Bob. Por ejemplo, en una secuencia, un grifo de ducha excesivamente bajo le obliga a agachar la cabeza, y al espectador a esbozar una sonrisa (o a romper en carcajadas si se trata de un entusiasta). Se convierte la ciudad en un tercer personaje protagonista, regalándonos momentos de su cultura y folclore en los que chocan la tradición con la innovación tecnológica. No es de extrañar que Sofía Coppola la escogiera como escenario, pues la directora pasó largas temporadas en ella y quiso plasmar en la película varias de sus impresiones.

A pesar de sus múltiples encantos, los ya comentados y los que se nombrarán más adelante, son muchas las personas que tachan de aburrida a esta película a causa de su ritmo pausado. Creo que el cine comercial nos tiene mal acostumbrados: lentitud no es sinónimo de tedio. En el caso que nos ocupa, es de agradecer el fluir sosegado que ofrece. ¿Cómo sino expresar el hastío de sus protagonistas? ¿Con planos frenéticos? El ritmo resulta el adecuado para lograr empatizar con los personajes y sus pensamientos, con el gran intimismo que desprende la película. Además, nos permite disfrutar de la maravillosa fotografía de la película llevada a cabo por Lance Acord, que consigue crear una atmósfera onírica y elegante. Otra de las razones que puede llevar al público a renegar de esta película es que no concuerda con el esquema habitual de intriga, problemas, soluciones... No hay ningún gran misterio en ella sino que nos limitamos a ser espectadores del vagabundear de los personajes. Si es que eso supone una limitación.

La interpretación de Bill Murray en el papel de Bob es soberbia y Scarlett Johansson, aunque en mi opinión no alcance su nivel, hace la que para mí es su mejor actuación en el cine. Se muestra natural, contrastando con la imagen que los medios nos ofrecen de ella cargada de maquillaje, y eso le favorece en todos los sentidos. Y es que se trata de una historia de personas normales, con sentimientos que todos hemos experimentado a lo largo de nuestra vida (en los que destacan la soledad y la nostalgia), lo que constituye una de sus grandes bazas. En la BSO nos encontramos ejemplos de temas en los que se plasma esa nostalgia (
Fantino, de Sebastian Teller) y soledad (
Tommib, de Squarepusher), una canción secreta... El final de la película constituye para mí una de las mejores escenas, un gran momento en el que queda patente este realismo. Un final que puede ser interpretado de diversas formas, que a algunos les parece triste y a otros esperanzador. A mí me parece la guinda perfecta para el pastel, una guinda agridulce en este caso, como no podía ser de otra forma.